De camino a la presentación, con algo de prisa y el GPS en
la mano, Mariela me preguntó:¿qué crees que quiso decir Augusto Monterroso con
su famoso microrelato?...nunca lo he sabido, —afirmó. Las dos repetimos;
“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Le contesté que jamás lo
había pensado. El GPS decía que debíamos continuar por Atocha y girar dos
calles después a la derecha: no estábamos para galimatías.
Hoy, unos días después, lo recuerdo.
Llegamos hasta la Librería Gastrobar, “El Dinosaurio todavía
estaba allí”. Su fachada de azulejos se mantiene como el antiguo salón de
peluquería que fue; eslóganes que garantizaban desinfección, higiene, y
servicio esmerado. Adentro esperaba el calor de los verbos; de los nombres, de
los amigos que te abrazan, te esperan, acompañan, te hacen sentir bien, te
arropan y cuentan desde donde han venido para encontrar todavía allí al
Dinosaurio.
Marisol Torres, la dueña, dice que solo una loca puede hacer
lo que ella hace, pero es que hay locos muy cuerdos. Admiro a las personas que
hacen cosas por amor, por amor a sus principios y a su despertar: creo que
somos del mismo planeta.
Ana Ares, una presentadora radiante de energía, habló del
crisol de “Los días lábiles”. Con su habilidad y soltura supo apreciar el
simbolismo de los componentes de Club Marina y divisar detrás del arcoíris.
Paco Moral, su compañero de vida, cómplice de ceremonia, y gran maestro en la
vehemencia de ir de frente, fue un infiltrado en la sombra. En la sombra de un
Dinosaurio que se hizo más grande cuando se apagaron las luces y solo un
pequeño escenario quedó iluminado.
Isabel Medieta, con Rosa, su madre; Inma J. Ferrero y su
Revista Cultural Proverso, Mushsin Al-Ramli con su familia y alumnos, Anamaria
Trillo, Lola Ponce y sus hijos, Raul Nieto, Ángel Silvelo, Javier Pérez, y
muchos otros amigos de amigos que consiguieron entre todos formar una burbuja
de familiaridad y de afecto. Y pienso, que es posible que no vuelva a ver a
algunas personas que me otorgaron (tanto a mi como al resto de compañeros) su
cariño. Y siento el vértigo del olvido y la maldita labilidad que confiere
haber compartido una insignificante parte de nuestras vidas.
Por eso no quiero pasar por alto vuestra compañía; el bonito
lugar, la excelente cena servida por Silvia,la camarera poeta de un Dinosaurio
glotón, en definitiva la magia conseguida en un tiempo efímero de nuestra
biografía y, que es una suma y sigue de tiempos.
Y habiendo ya pasado la euforia y excitación; el precipicio
de mi maldita inseguridad, y el miedo escénico o temor al ridículo de hablar en
público. Después de dejar la vibrante ciudad de Madrid; arribado a Barcelona, y
escondido en la cueva de mis noches voraces con sus días insaciables de
silencio: reflexiono sobre un cuento más que breve.
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